Ser cortés con la inteligencia artificial (IA) plantea un debate entre expertos. Algunos consideran que la cortesía hacia entidades no conscientes carece de sentido, mientras que otros argumentan que podría influir en la calidad de las respuestas. Investigaciones como la de Byron Reeves y Clifford Nass sobre la “educación de los medios” han demostrado que las personas tienden a tratar a las máquinas como si fueran seres humanos, influyendo en su percepción y evaluación del rendimiento.

El debate se divide en dos ámbitos: el ético y el práctico. Desde un punto de vista ético, se cuestiona si tiene sentido ser cortés con una IA y si estas entidades deben ser consideradas sujetos morales. Por otro lado, se analiza si la cortesía en nuestras interacciones digitales afecta la eficiencia operativa de la IA.

Enrique Dans, profesor de Innovación y Tecnología en IE Business School, destaca que la cortesía hacia una máquina carece de valor, ya que estas no pueden percibir o valorar gestos de cortesía. Aunque algunos argumentan que las futuras IA podrían desarrollar conciencia, Dans considera que esto pertenece al ámbito de la ciencia ficción. Además, señala que la cortesía añade información superflua que consume recursos de computación.

Sin embargo, Julio Gonzalo, director del centro UNED de investigación en Procesamiento del Lenguaje Natural y Recuperación de Información, sostiene que ser educado puede influir en la calidad de las respuestas de ciertos sistemas de IA. Esto se debe a que los mensajes corteses suelen estar asociados a respuestas de mejor calidad durante el entrenamiento del modelo. Gonzalo también advierte sobre la sensibilidad de ciertos modelos de lenguaje a la formulación de consultas, donde pequeños cambios pueden tener un gran impacto en la efectividad de las respuestas.

En resumen, el debate sobre la cortesía hacia la IA plantea preguntas éticas y prácticas sobre cómo interactuamos con la tecnología y si nuestros gestos de cortesía pueden influir en su desempeño.

Información extractada del artículo original publicado en El País

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